La Última Palabra
Lo que escribo son recuerdos.
Algunos míos, pero no todos. Puede que los hechos no se correspondan con la
realidad, pero se aproximan bastante, que supongo que es suficiente. Como, de
todas formas, no queda nadie que pueda contradecirlos, esta será la historia
del asentamiento al cual llamamos simplemente Palamón (da escalofríos siquiera
escribir su nombre), y los horrores que sucedieron tras un breve período de
calma.
Recuerdo mi hogar y las historias
sobre ese paraíso que quizá algún día llegaríamos a ver... una ciudad que
«brilla incluso de noche». Palamón no brillaba, pero era un refugio, o algo
parecido. Era algo, al menos.
Nos habíamos asentado en el corazón
de una cordillera que se extendía hasta el horizonte. Sus montañas boscosas se
erigían como queriendo alcanzar el cielo. Los inviernos eran duros, pero los
árboles y los picos nos protegían del resto del mundo. A veces hablábamos de
mudarnos y de buscar la Ciudad. Pero solo eran ilusiones.
De vez en cuando se veían
transeúntes. Y en ocasiones se quedaban, aunque no era lo común.
No existía una autoridad definida,
pero sí había leyes, unos principios básicos con los que todos estábamos de
acuerdo y que más tarde fueron supervisados por el juez Loken.
Y así es como sucedió: no había
autoridad hasta que la hubo. Yo era muy joven y no lo entendí del todo.
Recuerdo a Loken como un hombre muy trabajador que degeneró con el tiempo.
Sobre todo yo creo que estaba triste. Triste y asustado. A medida que su poder
crecía en Palamón, la gente se iba marchando. Los que se quedaron veían como
los días se tornaban grises. La protección de Loken —contra los caídos, contra
nosotros mismos— se transformó con el tiempo en una dictadura.
Cuando lo analizo, yo creo que
Loken había perdido demasiado: su familia, a sí mismo... Pero todo el mundo ha
perdido algo. Y algunos directamente no teníamos nada desde el principio. La
única memoria que tengo de mis padres es borrosa como un sueño y lejana como la
luz de sus almas. No suelo pensar mucho en ellos. Los perdí a una edad
temprana, secuestrados por los caídos. Con los años decidí que era mejor ni
pensar en ellos.
A partir de ese instante, Palamón
me crio. Esos a los que llamo familia, o solía llamar familia, me cuidaron como
a uno de sus hijos. Era una buena vida. "Vida" en aquellas
circunstancias, claro. Mi perspectiva estaba distorsionada al ser la única vida
que conocía, y no fue fácil lidiar con la pérdida, pero yo diría que era una
buena vida.
Hasta que dejó de serlo, claro.
Hasta que dos hombres entraron en
mi mundo. Uno una luz. El otro la sombra más oscura que jamás he conocido
El hombre al que acabaría
conociendo como Jaren Ward, mi tercer padre y probablemente mi mejor amigo,
llegó a Palamón por el sur.
Yo solo era un niño, pero nunca
olvidaré el lento caminar de su silueta por la senda de entrada a nuestro
poblado.
Nunca había visto a nadie como él.
Quizá ninguno de nosotros lo había hecho. Él dijo que solo estaba de paso, y yo
le creí... aún le creo, pero a veces la vida se entromete en las intenciones de
uno.
Recuerdo ese día con perfecta
claridad. Pero, de todos los detalles —matices y momentos— lo que más resalta
en mi mente es la pistola que Jaren llevaba a la cadera. Un cañón inmaculado
pero aguerrido. Como una reliquia, colgada por debajo de la cintura, de todas
las batallas en las que había luchado. A la vez un trofeo y una advertencia.
Este era un hombre peligroso pero
con un cierto resplandor, una pureza en su aplomo que parecía indicar que su
ira era algo que había que ganarse, no algo que él repartía por descuido.
Fui el primero que lo vio venir,
aunque en seguida todo Palamón acudió a recibirlo. Mi padre me sujetaba
mientras todo el mundo permanecía en silencio.
Jaren no emitió sonido alguno tras
su elegante casco de piloto. Se parecía a uno de esos héroes de las historias,
y a día de hoy no tengo muy claro si el silencio entre la gente del pueblo y el
aventurero fue fruto del miedo o del respeto. Me gusta pensar que fue lo
segundo, pero cualquier verdad que atribuya a aquel momento sería mi propia
interpretación.
Mientras esperábamos a que viniese
el juez Loken para dar la bienvenida oficial, la impaciencia me ganó. Me solté
del agarre de la pesada mano de mi padre y corrí, cruzando el patio, hasta
parar a tan solo unos pasos del intrigante sujeto, este hombre tan distinto a
todos los demás.
Me quedé mirando perplejo y él fijó
su atención en mí, con la mirada escondida tras el grueso visor tintado de su
casco. Rápidamente bajé la vista hacia la pistola. Me tenía fascinado. Imaginé
los lugares donde esa arma había estado. Todas las maravillas que había
contemplado. Los horrores que había soportado. Mi imaginación saltaba de un
acto heroico al siguiente.
Casi ni me di cuenta cuando él
comenzó a arrodillarse, sujetando el arma como si me la estuviese ofreciendo.
Mis ojos solo se fijaban en el revólver, hipnotizados.
Recuerdo que me giré hacia mi
padre, viendo la cara de todos aquellos a los que conocía. Encontré
preocupación en sus ojos y a mi padre negando con la cabeza como rogándome que
no aceptase el regalo.
Volví mi atención hacia el hombre
al que más adelante conocería como Jaren Ward, el mejor cazador que este
sistema haya conocido y uno de los más grandes guardianes que jamás hayan
defendido la Luz del Viajero...
Y así el arma con la mano.
Cuidadosamente. Con suavidad. No para usarla, sino para observarla, para soñar.
Para sentir su peso y averiguar su verdad.
Esa fue la primera vez que sostuve
la «Última Palabra», pero por desgracia no fue la última.
El tiempo pasó desde aquellos
días...
Los hombres de Loken encontraron a Jaren
Ward en el patio donde todo esto había comenzado.
Había nueve cañones apuntándolo. Nueve
desalmados esperando la orden. El juez Loken, que esperaba detrás de ellos,
parecía satisfecho de sí mismo.
Jaren Ward permanecía en silencio. Su
Espectro asomaba por encima de su hombro.
Loken contempló a la multitud antes de dar
un paso al frente, como reclamando el territorio... su territorio.
— Dudas de mí? — Había veneno en sus palabras. — Esta
no es tu casa.
Recuerdo los gestos de Loken en ese momento. Hacía que pareciera un espectáculo. Nadie se movía. Silencio.
Recuerdo los gestos de Loken en ese momento. Hacía que pareciera un espectáculo. Nadie se movía. Silencio.
Empecé a tirar de la manga de mi padre,
pero él solo sujetó mi hombro con más fuerza, hasta que dolía. Era su manera de
darme a entender que ese no era el momento.
Había estado observando el comportamiento de Jaren durante los últimos meses, conociendo su naturalidad y sus maneras ligeras y seguras. Nunca había visto a nadie como él. Era alguien al que no lograba comprender, pero en cuanto lo vi entendí lo que yo necesitaba. Él era más que nosotros. No mejor. Ni superior. Solo más.
Yo quería que mi padre detuviese lo que estaba sucediendo. En retrospectiva, ahora me doy cuenta de que mi padre no quería pararlo. Nadie podría.
Había estado observando el comportamiento de Jaren durante los últimos meses, conociendo su naturalidad y sus maneras ligeras y seguras. Nunca había visto a nadie como él. Era alguien al que no lograba comprender, pero en cuanto lo vi entendí lo que yo necesitaba. Él era más que nosotros. No mejor. Ni superior. Solo más.
Yo quería que mi padre detuviese lo que estaba sucediendo. En retrospectiva, ahora me doy cuenta de que mi padre no quería pararlo. Nadie podría.
Mientras Loken menospreciaba a Jaren Ward,
se mofaba de él y enumeraba sus crímenes y pecados, mis ojos no se apartaban de
la pistola que Jaren llevaba a la cintura. Su firme mano descansaba con calma
sobre el cinturón.
Recordé el peso de la pistola. Su
comodidad. Y mis preocupaciones se disiparon. Lo entendí.
— Esta es nuestra ciudad! Mi ciudad! — Loken gritó. Quería hacer un ejemplo de Jaren y dar a la gente de Palamón una lección de obediencia.
Jaren habló. Calmado. Con claridad.
— Esta es nuestra ciudad! Mi ciudad! — Loken gritó. Quería hacer un ejemplo de Jaren y dar a la gente de Palamón una lección de obediencia.
Jaren habló. Calmado. Con claridad.
— Ya no.
Loken se carcajeó burlonamente. Tenía nueve cañones de su parte.
Loken se carcajeó burlonamente. Tenía nueve cañones de su parte.
— Esa va a ser tu última palabra,
muchacho?
Se movió de un modo repentino, rápido como un rayo. Jaren Ward dijo mientras disparaba:
Se movió de un modo repentino, rápido como un rayo. Jaren Ward dijo mientras disparaba:
— La tuya... no la mía.
El revolver de Jaren humeaba.
El revolver de Jaren humeaba.
Loken se desplomó. Tenía un agujero oscuro
en la frente. Su mirada vacía contemplaba el infinito.
Jaren se quedó mirando a los nueve matones
que lo apuntaban. Uno a uno bajaron el arma. Y el resto de mi vida comenzó ahí,
donde dentro de unos años muchas otras terminarían...
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