sábado, 1 de octubre de 2016

Historia de un Gigante (I)

Ante Estos Muros...

Rezyl Azzir era un hombre.
Con el tiempo los de su especie serían llamados titanes. Montañas de músculo y coraje y metal. Su collar estaba hecho de piel y dientes. Vestía su persona con ornamentos, chapas de oro con grabados, trofeos sobre sus hombros.
Esto fue antes de que la Ciudad fuera La Ciudad.
Esto fue antes de los muros. Todavía en la sombra del frágil gigante sobre nosotros, pero antes.
Llegaron los buscadores de la salvación: supervivientes; exhaustos vestigios de un pueblo al límite.
Esto fue antes de que la razón se arraigara. Antes de que el estudio se mezclara con la creencia.
La gente miraba hacia el gigante como se mira hacia Dios. Quizá todavía lo miran de esta forma.
Las facciones crecieron a partir de las masas oprimidas. Como mentes unidas para ofrecer consuelo y apoyo. Con el tiempo, estas lealtades empezaron a pedir lealtad. Las diferencias que solían informar (puntos de vista que al unirse ofrecían una mayor comprensión del todo) se convirtieron en puntos de conflicto. El santuario de dividió. La sombra de la Luz se hizo más grande. Este, el último oasis de la humanidad, poco a poco se diluyó en un espejismo.
Hombres y mujeres poderosos, los alzados, permanecieron leales a sus facciones. Protección. Sicarios. Una oportunidad malgastada.
La miseria se coló en este falso paraíso. Pero la esperanza persistió.
Al ver las grietas de esta sociedad aparecer bajo la carcasa fracturada del gigante, algunos de los alzados desafiaron la disolución de todo lo que podría ser. Querían dejar de ser instrumentos de la opresión. Querían ser más.
Así empezó una guerra innecesaria hecha con avaricia, ambición y... miedo. Todas ellas motivaciones necesarias. Y, en el caos de esta lucha, llegaron los carroñeros: alienígenas con apetitos. Un enemigo común.
Al final, los carroñeros fueron expulsados y las facciones cayeron. Perdieron poder, pero sus creencias sobrevivieron. Estos fueron los inicios de los guardianes, cuando podría haberse encontrado un propósito. La prosperidad estaba a nuestro alcance.
Rezyl fue un campeón de estas guerras. Un líder. Contra los piratas alienígenas él fue mucho más. Si el gigante no era un Dios, quizá Rezyl lo era.
Al formarse los primeros muros, construidos con sudor y sacrificios, Rezyl y los guardianes se enfrentaron a los alienígenas saqueadores una y otra vez. Llegaron más supervivientes. Más guerreros.
Las filas de los guardianes aumentaron.
La Ciudad creció.
La esperanza floreció. Para Rezyl era una moneda de cambio. La esperanza compró el mañana. El mañana compró el esfuerzo necesario para sobrevivir hoy.
Pero Rezyl terminó cansándose. Ciertas historias lo atormentaban cada noche. Viejas historias. De las que ya ni se cuentan. Historias encerradas tras labios sellados por miedo a los horrores que podrían invocar. Cuando el sol se ponía en el horizonte y la luna se alzaba, los pensamientos de Rezyl vagaban. ¿Cómo de seguro se está al estar a salvo? ¿Cuánto puede durar la lucha contra la Oscuridad?
De modo que, cada día, Rezyl luchaba y construía y protegía. Y cada día una ciudad crecía bajo el gigante. Pero cada noche pensaba en todas las cosas nunca dichas y miraba atentamente la luna.  



La Guerra Sin Fin


— La emboscada de Eksori —

Presionó la planta del pie en la tierra reseca y agrietada por el sol. Bajo su planta, el cuello del vándalo se partió dejando escapar un silbido de éter.
Rezyl dio la vuelta. Tres escorias se abalanzaron. Su capitán alzó la hoja de choque y profirió un grito de guerra para infundir coraje.
El cañón de Rezyl escupió fuego. Los tres escorias cayeron.
Para el capitán, Rezyl era un trofeo que le ganaría el respeto de sus hermanos Demonios.
Para Rezyl, el capitán era ya un recuerdo del pasado. Mientras el éter emanaba del cuerpo roto del pirata con cada puñetazo, Rezyl pensó en las inciertas, pero inevitables, batallas por venir.
Así eran las cosas: el conflicto era algo tan habitual como respirar.

— Encuentro en el Valle de Tescán —

Un queche con extrañas marcas volaba bajo entre dos cimas. Una visión inusual. Los buques insignia de los caídos no suelen permanecer tan cerca de la superficie, normalmente prefieren mantenerse en constante movimiento, como tiburones a la caza.
Los esquifes hacían círculos bajo el queche mientras sus tripulaciones se preparaban para el saqueo.
Rezyl apuntó su lanzacohetes. Sonó un clic metálico y un rastro de humo se precipitó hacia el esquife.
Rápidamente, le siguieron dos cohetes más.
El primer esquife recibió dos impactos, se sacudió y se retiró hacia el queche.
El tercer cohete impactó en la popa de un esquife que giraba para encarar a sus atacantes.
Rezyl miró hacia atrás.

— Adelante.
— No puedes vencer a un queche tú solo —, rio Hassa.
— La nave no es mi objetivo —, Rezyl tenía un plan. Hassa odiaba los planes de Rezyl, en parte por envidia pero también con preocupación.
— Aleja a los esquifes —, continuó él. — Nos veremos en...
— No nos veremos si estás muerto —, Tover devolvió el disparo.

Rezyl sonrió bajo su yelmo, "adelante".
Hassa y Tover saltaron sobre sus Colibríes y desaparecieron en la espesura del bosque. A cubierto, Rezyl observó cómo los esquifes los perseguían.
Abajo, los caídos habían adoptado una posición defensiva. El cohete los cogió desprevenidos pero ahora estaban preparados. Eran muchos más de los que podía contar.
Rezyl descendió a toda prisa por la pendiente, corriendo en zigzag entre la maleza y los pinos, directo hacia los caídos apiñados en la falda de la montaña. Junto a él, su Espectro.

— Necesito que te quedes atrás.
— Pero...
— Confía en mí.
— Siempre confío en ti".
— ¿Cuánto tardas en reanimarme?"
— ¿Crees que vas a morir? No creo que sea la mejor..."
— ¿Cuánto tardas?"
— Poco".
— Prepárate".
— ¿Para?"
— Ya lo verás".

El Espectro de Rezyl se quedó atrás mientras el guardián se acercaba al valle.
Los caídos abrieron fuego primero.
Rezyl saltó de su Colibrí al mismo tiempo que su fusil escupía plomo hacia los piratas atrincherados.
Empezaron a caer proyectiles de arco de los caídos sobre Rezyl. Los escorias, ansiosos, se precipitaron hacia su propia muerte mientras Rezyl avanzaba.
Una gran explosión agujereó el suelo a unos pocos centímetros del titán. El queche apuntaba sus cañones hacia Rezyl.
Otra explosión impactó a su izquierda y lo hizo tambalear. Una tercera explotó directamente en su camino...
... y Rezyl cayó.
Desde la arboleda, su Espectro observaba mientras los caídos celebraban orgullosos y el esquife se alejaba del queche.
La muchedumbre alrededor del cuerpo de Rezyl se dispersó y la imponente figura de su kell se adelantó para admirar su trofeo.
El alboroto de alegría pronto dejó paso a un zumbido casi inaudible. El kell agarró el cuerpo maltrecho de Rezyl por el cuello y lo levantó.
Un coro de vítores se alzó entre la tripulación y se hizo más fuerte cuando el kell alzó a Rezyl para que todos lo vieran.
El Espectro de Rezyl avanzó a través de la multitud. No le gustaba el plan de Rezyl, pero ahora lo entendía.
Distraídos por el triunfo de su kell, no notaron la presencia del Espectro hasta que un rayo de luz cubrió el cuerpo de Rezyl.
El tono de las voces cambió repentinamente, los vítores se convirtieron en alaridos de furia.
La mirada del kell cayó sobre el Espectro y el rayo de luz se apagó.
El círculo empezó a colapsarse. Los caídos se abalanzaron.
El kell se movió para arrojar a el cuerpo a un lado, pero sus mandíbulas encontraron el frío acero del cañón de Rezyl. De inmediato, un destello rojo.
Un chorro de éter emanó con furia y el kell soltó a Rezyl. Rezyl cayó al suelo y descargó otras cinco rondas en el torso del líder de los caídos. El monstruo cayó.
Frenéticos, los miembros de la tripulación lo rodearon como una inundación.
El Espectro de Rezyl se elevó, desesperado, "¡Ahora! ¡Ahora! ¡Ahora!"
Con un solo movimiento, Rezyl se incorporó, puños apretados, y se elevó como una tormenta de arco, dejando caer todo su poder sobre el pecho del kell. La onda de choque del ataque de Rezyl cayó como un meteorito, destrozando
el cuerpo del kell y de todos los caídos dentro del radio de su Puño del Caos.
Los caídos restantes se tambalearon aturdidos.
Rezyl arrancó su Colibrí.

Su Espectro voló junto a él,

— ¿Nos vamos?
— Antes de que ese queche nos alcance.

Rezyl pisó el acelerador mientras la tripulación de los caídos abría fuego.

— ¿Qué tal si nunca repetimos eso? —, dijo su Espectro.

No era necesario que Rezyl respondiera. Si la guerra es una constante, "nunca" no es más que una quimera...

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