Un mundo onírico, donde nos involucramos con nuestros propios pensamientos...
Un mundo de Fábulas. Un mundo de Reflejos.
martes, 16 de agosto de 2011
La Silla y la Mesa
En un cuarto no muy grande, poco iluminado, con mesas dispuestas en forma de U, y una silla con una mesita aisladas de las demás, se encontraba un grupo de personas en silencio. El que estaba en aquella silla y mesa aislada, miraba uno a uno a los que estaban en las otras mesas y sillas. Los miraba altanera y desafiantemente, sin amilanarse por la situación en la que se encontraba, y muy por el contrario, casi riendo de estar en ella. Los demás lo miraban con diferentes tipos de miradas; de odio, de tristeza, de enojo, de satisfacción, y muchas más. El solitario hombre de la silla, sólo los miraba, uno a uno, silenciosamente.
De pronto uno de los de las mesas se puso de pie, y empezó a esgrimir argumentos, a decir frases, explicar algunas cosas ya sucedidas hacía eones quizás. El hombre solitario, no le despegó la vista de los ojos, como tratando de ver en los ojos la verdad de las palabras que decía. Una de las mujeres de las mesas, replicó con enojo, mientras otra apoyaba al primero, indicando con el dedo a aquel hombre solitario. Se miraron entre todos, y guardaron nuevamente silencio, quizás dándose cuenta de que al hombre solitario, le importaba poco lo que ellos dijeran en aquel cuarto en aquel momento. El hombre del medio sonrió.
Otro personaje se puso de pie, en parte recriminando a los que habían hablado antes, y también señalando al hombre solitario, quien permanecía con una inmutable sonrisa en su rostro. Si hubiese podido reír, lo hubiese hecho, pero no tenía ganas de hacerlo simplemente. Le bastaba la sonrisa, para hacerles ver a los demás sus sentimientos y sus ideas. El hombre que se había puesto de pie, siguió su parlamento, y pronto se quedó callado y volvió a tomar asiento.
Una mujer se mantuvo silenciosa, y sólo dijo unas palabras directamente al hombre solitario, sin dirigirse al resto. Miró apesadumbrada hacia la mesa y la silla solitarias, y se quedó en silencio. El hombre del medio, sólo la miró con llameantes ojos de fuego, sin sonreirle.
Muchos y muchas fueron pasando por aquellas mesas y aquellas sillas ordenadas en forma de U. Algunos hablaron, otros callaron. Algunas se pusieron de pie, otras se mantuvieron sentadas. Y el hombre solitario permanecía ahí, inmutable, firme, y seguro de si mismo, de sus convicciones, y de sus acciones, sin demostrar más que su sonrisa irónica, y a veces sus ojos que despedían chispas.
Pasaron horas que pudieron ser días, días que pudieron ser meses, y meses que pudieron ser años. El hombre solitario seguía donde mismo, pero ya cada vez eran menos las personas que se sentaban en las otras sillas. Cada vez menos los que se ponía de pie para decir algo, o reclamar algo. Hasta que no quedó nadie más, excepto una, que llegó al final de todos los demás. Vestida de negro, una sonrisa angelical en los labios, y una mirada casi adorable. El hombre solitario, por primera vez desde que estaba sentado en aquella silla, quitó la ironía de su sonrisa, y le sonrió a ella de forma amable. Ella le correspondió, al tiempo que le dijo:
- Y qué harás?
- Pues ya sabes. Que se jodan, a mi me da igual - respondió él.
- Entonces qué pasará? - dijo ella, un poco extrañada, pero serena.
- Sólo lo que tu sabes. Para eso estás.
- Sí. Pero y qué piensas? - volvió a preguntar ella, con una voz tan dulce como nunca había escuchado aquel hombre.
- Pienso que he hecho bien, y si he hecho mal, ya está. Por mi, se joden, ya dije.
- Bien - dijo ella y sonrió, levemente.
- Bien - reafirmó el hombre solitario, y se puso de pie.
Ambos salieron de la ahora solitaria habitación, pero con rumbos distintos.
Aquel hombre solitario, con las manos en los bolsillos, caminó largamente por un jardín lleno de arbustos y de caminos interminables. Se encontraría con aquella mujer de negro una vez más, pero eso él ya lo sabía, y ella también. Pero aún no era el tiempo.
Y aquella habitación, con sus sillas y mesas ordenadas en forma de U, no existió más, siendo reemplazada por un laberinto de altos y verdes setos, y la silla y la mesa solitarias fueron transfiguradas en una fuente de agua con muchas aves.
Y todos aquellos y aquellas que asistieron y estuvieron presentes en aquel laberinto cuando fue una habitación, recibieron la visita de la mujer de negras ropas, unos antes, otros después, pero todos, al fin y al cabo.
REK.
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