Entonces...
Palamón
era cenizas.
Yo
solo era un muchacho con la cara manchada de hollín, mocos y pena.
Asumía
que Jaren, mi amigo, nuestro guardián, el salvador de Palamón, siempre nos
protegería, que siempre podría salvarnos...
Pero
fui un necio.
Jaren
y los demás, que solo eran unos pocos, pero aun así nuestros mejores y más
endurecidos cazadores, se habían marchado hace tres soles. Buscaban caídos,
después de que los bandidos armaran jaleo.
El
desconocido, el otro, llegó al día siguiente.
Hablaba
poco. Se alojó en una habitación. Aceptó nuestra hospitalidad.
A
mí me intrigaba, igual que Jaren la primera vez que llegó.
Pero
el desconocido era frío. Distante. Lo han dañado, pensé.
Pero
yo no tenía miedo. Todavía no.
Solo
era un niño, pero sabía que los monstruos de nuestro mundo podían mostrarse
como humanos, aunque no lo fueran. Eran algo alienígena. De cuatro brazos y
salvajes.
El
desconocido era educado, pero solemne.
Me
pareció un hombre triste y roto, y lo era. Pero por aquel entonces, no
comprendía cómo eso podía hacer a alguien peligroso.
Al
igual que con Jaren, mi padre intentó que no me acercara al desconocido.
Pero
no importaba.
Cuando
la silueta se acercó, sentí miedo.
La
oscura figura era imponente. Miraba a mi interior. A través de mí.
Él
sonrió. Mis rodillas flaquearon. Todo estaba perdido.
Entonces,
se dio la vuelta y se fue.
Dejó
a un muchacho aterrorizado y con el corazón roto, sin ni siquiera inmutarse.
He
estado persiguiendo la sombra de ese desconocido desde entonces.
Ahora...
El
sol estaba en lo alto. Nosotros de pie, en silencio.
Pasaron
segundos que parecieron horas.
Tenía
un aspecto distinto.
Ahora
parecía ingrávido, y soportaba sin esfuerzo una existencia que aplastaría a un
hombre atribulado por la conciencia.
Mi
mirada permaneció fija mientras sentía un calor alzarse en mi interior.
El
otro habló...
"Cuánto
tiempo".
Yo
no respondí.
"La
espada del pistolero... su cañón. Eso fue un regalo".
Mantuve
mi silencio mientras mi pulgar acariciaba el martillo perfectamente ajustado en
mi cadera.
"Una
ofrenda de mi parte... para ti".El calor aumentó, centrado en mi pecho.
Me
sentí cobarde el día que Jaren Ward murió, y durante muchos ciclos después.
Pero
aquí, solo sentía el fuego de mi Luz.
El
otro indagó...
"¿Nada
que decir?".
Dejó
las palabras flotando en el aire.
"He
estado esperándote. Esperando este día".
Su
intento de conversación resultaba vulgar, si tenemos en cuenta todo lo que
había pasado.
"Muchas
veces pensé que habrías flaqueado. Que te habrías rendido...".
Todo
lo que había perdido, todos los que habían sufrido, pasaron rápidamente por mi
mente, imágenes entrecortadas con una oscura silueta que caminaba hacia el
asustado, débil y cobarde muchacho.
El
fuego ardía en mí.
El
otro continuó...
"Pero
aquí estás. Este es el auténtico final...".
Justo
cuando su lengua se deslizaba entre las sílabas, la mano de mi arma se movió
como por voluntad propia.
Reflejo
y propósito mezclados con ira, claridad y una abrumadora necesidad de justo
eso... de un final.
A
la vez que mi movimiento, mi fuego interior se focalizó a través de mi hombro,
y bajó por mi brazo hasta mi dedo, que apretó el gatillo del cañón de mi tercer
padre.
Dos
disparos. Dos balas engullidas por un furioso resplandor.
El
otro cayó.
Caminé
hasta su cadáver. Nunca levantó su Espino maldito, el arma dentada con la
enfermedad purulenta.
Miré
al hombre muerto que había causado tanta muerte.
Mi
arma aún estaba envuelta en las llamas danzantes de mi Luz.
Me
embargó la tristeza.
Pensé
en mis tiempos mozos. En Palamón. En Jaren.
Apunté
el cañón a la cabeza del hombre muerto y le rendí un homenaje final a mi
mentor, mi salvador, mi padre y mi amigo...
"El
tuyo... No el mío".
Apreté
el gatillo y dejé que el cañón de Jaren, que ahora era mío, dijera la
atronadora última palabra...
FIN...
?
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