No era el mejor de todos. Para nada. Pero con el tiempo se convirtió en una leyenda.
En aquellos tiempos donde la Ciudad recién comenzaba a echar sus cimientos, y donde la humanidad estaba siendo buscada por todos lados para que llegaran a la Ciudad, aventurarse en tierras nuevas y desconocidas era todo un desafío, pero también era una oportunidad de hacerte de renombre, incluso de tesoros o de reliquias de las edades antiguas... Si es que volvías, claro.
Muchos eran los individuos que se aventuraban en las tierras inexploradas, pero pocos eran los que regresaban. La realidad no podía negarse. La humanidad había sido arrasada unos siglos atrás, y ahora sólo quedaban supervivientes de una guerra colosal y destructiva, donde la humanidad se quebró. Unos huyeron al espacio, buscando refugio en los planetas colonias más lejanos del sistema. Otros trataron de escapar a los planetas cercanos, pero otros, sin medios de hacer nada, sólo tuvieron que quedarse, y de mala forma aprender a sobrevivir y esconderse de los enemigos, que los cazaban en una guerra sin cuartel y sin prisioneros.
No había autoridades militares, ni gobierno, ni policía, ni comercio... Todo se estaba recién formando. Todo estaba naciendo de entre las cenizas del holocausto mundial. Sólo existía una élite de seres, que blandían la fuerza y la magia de la Luz, y que eran los encargados tanto de proteger a la Ciudad, como de proteger a sus habitantes, incluso buscarlos fuera de sus descomunales muros, para ponerlos bajo el cuidado y protectorado de La Vanguardia, como se hacían llamar. De hecho, eran ellos quienes habían levantado los muros de la ciudad, tiempo atrás, lo que sería una de sus mayores victorias en contra de los enemigos. Eran seres especiales, humanos especiales, pero servían a la Luz, no actuaban de mala forma, y aunque tenían diferencias de opiniones, o incluso de creencias, todos ayudaban y cumplían sus compromisos, y su idea de servir a la Ciudad.
Él era uno de estos humanos especiales. Trabajaba en solitario, como la mayoría de los sirvientes de La Vanguardia, aunque algunos se unían a algunas de las diferentes Facciones de la Ciudad, pero la mayoría incluso así, trabajaba solo. No todos estaban acostumbrados a la compañía. La cacería humana y siglos de huir, habían hecho a los humanos unos series aferrados a la supervivencia, pero de vida solitaria.
Sus aventuras en solitario fuera de la ciudad no le habían reportado mucho, había que ser claros. Pero la experiencia en el campo sí le servía, y con el tiempo se volvió en uno de los tipos que más salían fuera de la Ciudad. Con el tiempo adquirió más experiencia, y comenzó a ir más lejos. Incluso, viajó a los planetas cercanos, a probar suerte. A la Vanguardia eso le ayudaba mucho, iba agrandando sus bases de datos, sus cartografías, iba conociendo el estado de las antiguas ciudades humanas tanto en la Tierra como en los demás planetas, y aprovechaban ese conocimiento para que las futuras exploraciones fueran menos peligrosas, o al menos se supiera a qué se podrían enfrentar.
Se habían escuchado fuertes rumores sobre un nuevo sitio descubierto en Venus, y unos nuevos enemigos que rodeaban el lugar. Se decía que las construcciones podrían tener miles de años, mucho antes de que la humanidad casi fuera extinta. Pero todo debía corroborarse, pues se perdió mucha, o toda, la información durante los siglos oscuros. La Vanguardia necesitaba más informaciones, pero no querían que se volviera algo masivo. Si era verdad que un nuevo tipo de enemigos estaba casi en sus espaldas, la humanidad, la Ciudad, no podrían saberlo. Mucho ya tenían peleando con los antiguos enemigos, como para saber que además debían enfrentarse a unos nuevos, y encima desconocidos.
Llegó a sus oídos este descubrimiento que se mantenía en secreto. Pero no le llegó por la Vanguardia, como hubiese sido lo esperable, sino por un conducto mucho menos formal, y poco ortodoxo, aunque no por eso dejaba de ser serio. Los discípulos de los poderosos hechiceros y brujos de la Vanguardia siempre se mantenían guardando los secretos hasta que los liberaban lentamente dentro de los demás para que se fueran contagiando de a poco con la curiosidad. Así se informaban de misiones nuevas, de tesoros o de lugares interesantes de visitar. Fue así como esta información le llegó a uno de los protectores de la Ciudad, y él se las hizo llegar tanto a él, como a otro compañero. Se reunieron y conversaron largamente del tema. Irían en reconocimiento de un terreno medianamente desconocido, y a rastrear y reconocer a los nuevos enemigos descritos por otros aventureros. Y, muy probablemente, se enfrentarían a ellos, por lo tanto además de todas las precauciones del caso, debían ir armados hasta los dientes, literalmente. Sin embargo, la curiosidad los inundaba, y también la sed de gloria. Y si podían regresar con información valiosa, o incluso con datos certeros y fidedignos sobre los nuevos enemigos? Serían altamente valorados, y probablemente recompensados. Sus nombres perdurarían en la historia. Todo eso, ciertamente era tentador.
Finalmente se embarcaron los tres en aquella aventura, pero lo que allí sucedió es parte de otra historia. Sólo se sabe que él regresó. Nadie más. Su compañero terminó muriendo en aquella precaria incursión, y esa experiencia lo cambió todo.
Cuando volvió a la Ciudad, contó lo sucedido a la Vanguardia, Necesitaban estar preparados. Necesitaban estar alertas. El nuevo enemigo era demasiado poderoso. Más incluso que los alienígenas que los habían ido cazando y exterminando por siglos. Incluso, en aquel fatídico viaje, vieron hordas de nuevos enemigos masacrar a los viejos enemigos que también se encontraban allí. La Vanguardia no se tomó la noticia de buen ánimo, y prontamente comenzaron a urdir un plan para asaltar el lugar con lo mejor que podían tener, aunque en aquellos tiempos la verdad era bien escaso.
Él simplemente volvió a su hogar en la Ciudad, y allí permaneció por semanas, sin salir a ninguna parte. Lo sucedido en la aventura fatal había cambiado muchas circunstancias, tanto para la Ciudad como para la humanidad en general, pero principalmente para él.
Su compañero, antes de morir, divagaba pasajes de historias que nadie comprendía, y hablaba como si estuviese solo. Y esa fue su perdición, sentirse solo. Sin embargo, su luz se extinguió en aquella caverna y nunca más supo de él, ni de su terrible sentimiento de soledad. Nada más supo, y ni siquiera supo cómo salió de aquel laberinto. Sólo supo que pudo volver, y para prevenir a la Vanguardia, y para prevenirse a sí mismo de una muerte en soledad. Desde aquellos días, odiaba estar solo,
Desde ese día, aquel buscador de aventuras, aquel buscador de gloria y tesoros, sólo se enfocaba en no morir solo, como había muerto su compañero en la caverna. De a poco fue transformándose en una obsesión, y sus compañeros de la Vanguardia lo notaban, pero nada podían (o querían?) hacer por él.
Con el tiempo, y conversando un día con los científicos de investigación y desarrollo de armas, escuchó que habían encontrado, tiempo atrás, una especie de receptáculo de una inteligencia artificial, de la época anterior a la que llegaran los alienígenas, y que aún estaban estudiando aquel descubrimiento. Entonces se le ocurrió.... Qué pasaría si se construyera un arma con una inteligencia artificial insertada? Sería una solución a su problema, además de tener un arma única. Al día siguiente fue nuevamente a conversar con los armeros y científicos, proponiéndoles la idea como una especie de proyecto, para investigar aún más aquella inteligencia artificial encontrada. Los científicos primeramente se mostraron reacios a ello, pero con los días comenzaron a pensar que en realidad no era tan mala idea, ya que eso les facilitaba el estudio y comportamiento de la inteligencia artificial. Finalmente se decidieron a ayudar. Por el tamaño del receptáculo donde se encontraba la inteligencia artificial, era imposible hacer un arma pequeña, por lo que diseñaron una ametralladora de carga a mano de gran calibre, donde sin problemas pudieron insertar la fuente y todo el cablerío y el sistema que el arma y la inteligencia requerían
Finalmente, después de meses de desarrollo, construcción y pruebas, salió a la luz el arma definitiva. Una bella pieza amalgama de ingeniería arcaica y nueva, revestida de brillantes y hermosos colores, y sin duda de una apariencia amenazadora, llamada, según su propio dueño Excelente Consejo, en aquel tiempo donde las armas se nombraban por sus cualidades o por sus hazañas.
El increíble mecanismo de esta ametralladora habla de las maravillas tecnológicas antiguas, perdidas en el tiempo tras la invasión. La munición inteligente informa al arma sobre su trayectoria y un protocolo de microteletransportación materializa directamente los proyectiles fallidos en el cargador. Esto hacía a la ametralladora realmente potente, útil y destructiva.
Los ingenieros suelen rechazar la idea de que haya sistemas inteligentes que desarrollan personalidades y conciencia de una manera espontánea... Pero lo cierto es que la Excelente Consejo tiene personalidad, memoria e incluso una cierta insolencia. Puede que la verdad resida en la conexión de esta arma con su propietario, en su afán de no estar solo, padeciendo los males físicos y psíquicos de su compañero en la fallida incursión a la caverna en Venus... La verdad es que el arma, con el paso del tiempo, se convirtió en el brazo derecho fiel de su dueño, y adquirió toda la gracia del espíritu aventurero y también sus miedos y sus deseos de victoria y de renombre.
Tanto el hombre, como el arma, se unieron en una simbiosis nunca antes vista (excepto en otro tipo de armas, pero de un modo muy diferente). Ambos iban aprendiendo del otro. El hombre aprendía del arma, de su extraordinario mecanismo interno, de su peso, su cadencia, su potencia; y el arma iba aprendiendo del hombre, de su deseo de matar, de su deseo de sobrevivencia, de su personalidad, de sus miedos y de sus furias.
Ambos, arma y hombre, comenzaron a forjarse un camino que muchos otros miraron con asombro. Por donde iba aquel, su arma lo acompañaba, tanto ayudándolo, como aprendiendo. Su leyenda ya había comenzado. Hubo gente que decía que ambos eran uno sólo, que no se sabía dónde comenzaba el pensamiento del hombre, y dónde comenzaba el de la máquina asesina, y en cierta forma eso era verdad. La Inteligencia Artificial puesta en la Excelente Consejo, sin duda era una maravilla tecnológica de tiempos ya olvidados.
Arma y Hombre compartieron muchas aventuras más, pero nunca volvieron a aquella caverna del demonio. Nunca siquiera se acercaron a aquel lugar. La Vanguardia, por su parte, intentaba analizar datos de exploradores que enviaban sigilosamente a buscar información, añadiendo a los datos que ya tenían del lugar, y que pudieron conseguir en la Academia, hacía poco tiempo, en unos archivos ya olvidados a los que recientemente tuvieron acceso. Sin embargo, la leyenda de aquel hombre y su arma no se forjarían ni terminarían en aquel lugar, sino en uno muy diferente.
Se encontraba lejos de casa. Muy lejos, probablemente más lejos de lo que había estado nunca. Las tierras rojas y oxidadas del planeta rojo le habían dado la bienvenida hacía unos días. Su nueva misión incluía un acercamiento a la zona de exclusión hecha por un nuevo tipo de enemigo. Las personas del Arrecife habían advertido a la Vanguardia sobres éstos, aunque a la vista de los ojos de la Ciudad, había sido una advertencia tardía, aunque si sería una demora deliberada o simplemente un error, eso aún estaba en cuestionamiento. Eso aún estaba inundando su mente, pues no confiaba en las personas del Arrecife. Algo se traían en sus manos, a su parecer, y su arma siempre había confirmado la idea.
Se encontraba revisando las antiguas construcciones humanas, pensando en que tan maravilloso lugar habría sido aquel, cuando un sonido llegó a sus oídos, un sonido que no había escuchado, y antes que pudiera reaccionar, un dolor en la pierna derecha inundó literalmente su ser...
"FSSTCHK....FSSTCHKK...:" se volvió a sentir en el aire aquel sonido, y sintió como el dolor le punzaba el brazo y el costado derecho del cuerpo... Antes que pudiera siquiera reaccionar, su arma, su compañera, se le soltó de las manos, sin la posibilidad de mantenerla sujeta, ya que el veneno de aquellos punzantes dardos inundaban su cuerpo, sin dejarle control sobre el mismo.
La Excelente Consejo, aquella arma formidable, cayó al suelo, mientras gritaba a su dueño que la recogiera, que la usara, que acribillara con sus balas inteligentes a quien le había hecho daño.
Sin embargo, su dueño no reaccionó, y a los segundos, una sombra se plantó frente a él, con un extraño cañón en su mano, negro, dentado, el arma más mortífera que se había visto, con ciertos brillos verdes relampagueantes...
- Po... Por qu--é...
- Adiós - dijo la sombra, mientras levantaba su cañón apuntando a la cabeza del hombre.
Entonces, su arma, su compañera, que yacía a su lado, sólo atinó a decir una cosa a su dueño, antes de sentir aquel lacerante sonido nuevamente...
- No estás solo.
REK.