miércoles, 9 de noviembre de 2011

Estrellas y Columpios


Me costó dar con ella.
Sabía ocultarse bien. Pero soy persistente, y tuve que tener paciencia, un don que ya no existe casi en mi. Pero la encontré. Se sorprendió de verme, aunque desconozco por qué, si debería haberme estado esperando. Pero, no es lo mismo esperar lo que pasa, que esperar a alguien, verdad? O sea, no es lo mismo tener certeza de que un día encontrarás a alguien, que encontrarlo. Las reacciones son diferentes, creo.
Como sea, la encontré.

- Vas a matarme? - me preguntó.
- Sí - respondí, con sinceridad (por si se le ocurría mirar mis ojos y ver otra cosa)
- Y puedo saber por qué?
- Me mataste.
- Y esa es una buena razón para matar a alguien?
- Hay otra mejor?

No me respondió. Quizás pensó sus palabras, o quizás analizaba rápidamente la situación, buscando la forma de huir. No importaba, no podría huir. Yo tenía todo planeado. Tal como ella lo tuvo planeado antes.
Era una despejada noche, llena de estrellas en el firmamento. Corría una leve brisa nocturna, apaciguando un poco el calor del verano. No había luna (mejor para mi, la luna es cosa de mujeres), pero la noche estaba iluminada lo suficiente como para verse las caras, los ojos..
Guardé silencio, atento a todas sus reacciones. Movía ligeramente los dedos de una mano, mientras empuñaba la otra. La pillé de sorpresa, lo sé. Y sabía que yo decía la verdad. Pero siempre debió saberlo. Al fin, quizás pensando que tenía su mejor argumento, me dijo:

- Pero estás acá. No estás muerto.
- Lo estuve, gracias a ti.
- Tonterías. No puedes matarme porque te maté, ya que estás vivo.
- Tonterías? Llamas tonterías a matar a quien amas?
- No. Esa fue una idiotez. Nunca lo conversamos, la verdad...
- Y tampoco lo haremos - me apresuré a interrumpirla.
- Aún así, estás acá. No se cómo.
- Viva nunca lo sabrás...
- Muerta si?
- Lo dudo, pero quizás.

Se quedó pensando de nuevo. Me quedé inmóvil, sólo mirándola. Miró al cielo y dijo:

- Has visto las estrellas esta noche? Están hermosas.
- Hace mucho no las veo.
- Me dan la sensación de infinidad, de vastedad.
- Aprendí de la peor manera, que las cosas no son infinitas.
- No son eternas.
- Tampoco.

Se dio la vuelta y lentamente fue a sentarse en uno de los columpios que habían en aquella pequeña plaza con juegos y plantas. Se meció lentamente, con la cabeza hurgueteando el suelo. Sus pies rozaban la arena del suelo, no era una niña como cuando la conocí. Tanto tiempo había pasado, que ya no éramos los mismos. Enderezó la cabeza y me miró.

- Pelearé, lo sabes - me dijo.
- Lo se.
- Bien.

Siguió meciéndose en aquel columpio.
Durante mucho tiempo, mientras la buscaba, sólo tenía acceso en mi mente a ciertos recuerdos, de dolor, de muerte. Ahora que estaba frente a ella después de tanto tiempo, mi mente se abría como un libro al viento, llenándola de otros recuerdos. Recuerdos agradables, recuerdos bonitos, de otros tiempos más felices. Estaba tratando de evitar su destino, meciéndose inocentemente en ese columpio? Con sólo tenerme pensando esas cosas, ya estaba haciendo un efecto en mi. Es astuta, no hay duda.

- No lograrás evitarlo - le advertí secamente.
- Se que no. Pero no puedes mentirme o negarme que no fueron buenos momentos.
- Fueron.
- Sí.

Dejó de mecerse y se puso de pie. Sus ojos encontraron los míos, pero su mirada era ahora diferente. Eran los ojos de a quien había ido a matar, no de la mujer que había amado y que me había matado. Por fin, con su mirada, alejé los pensamientos que tuve en aquellos momentos, y volví a tener los que correspondía tener, los que necesitaba tener para cumplir mi cometido.
Peleamos. Ella se movió primero, como lo supuse. Era fuerte, era rápida. Pero yo lo era más, no por nada estuve muerto. Y estando muerto, aprendes uno que otro truco. Espero que ella no aprenda el más importante de todos.
Peleamos. Fue duro, e incluso doloroso, debo admitir. Sus golpes mejoraron, y su astucia se dejaba notar en el combate. Quien la entrenó, lo hizo bien, pero mi maestro, mis maestros, son mucho mejores. Si quieres ser el mejor, debes aprender de todo, cierto? Sólo una cosa nunca me gustó.
Y en medio de la contienda, usó su magia, como lo esperaba. No me importó, no me asusté como cuando me mató. Ella esperaba quizás que sí, lo que la descolocó.

- Aprendiste muchas cosas - me dijo, tomando unos segundos de respiro.
- Te sorprenderías si supieras cuántas.
- Pero no aprendiste que la venganza no es el mejor camino.
- Eso deberías decírtelo a ti misma.
- Matarte me enseñó que la venganza es el peor de los caminos.
- Me dirás ahora que te arrepientes?
- No creas que no lloré tu muerte. Eras mi amor. Pero...
- Me mataste.
- Sí...
- Pelea - la desafié.
- Ya peleamos. Hemos peleado por mucho tiempo, más de lo que hoy hemos peleado. Quizás sea tiempo de dejar las peleas y buscar otros caminos - se notaba sincera, sus ojos ya no flameaban.
- Tu sabes el camino que seguirás - dije, sin mostrar sentimientos.
- Eso no lo decides tú.
- Sí, yo - y sin que siquiera pudiera reaccionar, acabé con ella.

Ahora me pregunto, si en ese momento terminó de aceptar su destino, el destino que fijé para ella, el que ella misma se fijó al acabar con mi vida. No opuso resistencia (y se que hubiese podido de haber querido). Dejó que hiciera lo que le dije que haría.
En sus últimos momentos, sus palabras entre quejidos y pausas de dolor, fueron las más sinceras que nunca antes le escuché.

- Tenías razón... Se... Se siente feo... que el que amas, termine... con tu vida... La venganza no es...el mejor... camino... Un día lo entenderás... amor mío

Me fui de ahí, no volví más.
Sólo espero que donde sea que está, no aprenda los trucos que aprendí yo estando muerto. Si lo hace, mi vida corre peligro... otra vez.

1 comentario:

Anónimo dijo...

... me sorprendes !