Estábamos en un paraje desconocido, en circunstancias desconocidas, pero que a la vez, me parecían extrañamente familiares. La historia, relataba un amor (como si todas las historias siempre tuviesen relación con ese sentimiento), un amor extraño, un amor sin igual. Recuerdo que los personajes de la historia, según el relato del viejo, antes no eran nada. Antes de conocerse, no tenían siquiera indicio de lo que pasaría –porque según el viejo, algunas veces si sabemos, pero no vemos rostros ni escuchamos nombres- pues era algo que no los atormentaba mayormente. La razón era simple, pues ambos estaban sumergidos en sus propios problemas, en sus propios desencantos, en sus propios sentimientos, hundidos en sus pensamientos.
Que se juntaran sólo era cosa del caprichoso Destino –por qué siempre que pienso en él, el Destino, recuerdo al viejo que relataba la historia?- y de la azarosa suerte. Y del tiempo, ese condenado cabrón, que cuando debe ayudarte, se estira como un elástico, y cuando no quieres que pase rápido, se encoge como chanchito de tierra hecho bolita.
Un día se conocieron. En extrañas circunstancias –recuerdo que relataba el viejo- y en un lugar sujeto a muchas conjeturas, un mundo fascinante donde el “no-soy” o el “no-yo” suele dominar. Un lugar sin ser un lugar mismo, pero un lugar que existía en su propio lugar. Un espacio artificial, inexistente, intangible, pero odiosamente real.
Increíblemente se llevaron bien, pese a ambos estar en sus propios sufrimientos, de los cuales no hablaron como pareja hasta mucho tiempo después. Se entendieron su “idioma” de penas, de dolor, de desengaños, y se entendieron, se comprendieron. Ella sin saberlo, ayudó primero a que él intentara recuperar su amor perdido, y posteriormente también a desecharlo. Él la ayudó a sacar un poco de fantasmas de su cerebro, y a dar un motivo más importante a su corazón, un corazón que estaba muerto en vida, pero que él, sin quererlo, pero haciéndolo bien, revivió.
Esas conversaciones de antaño, de amigos, de camaradería, se acabaron abruptamente, cuando se dieron cuenta de que ambos estaban sintiendo algo muy diferente de la amistad por el otro. Ese ser ya no era solo el que conversaba, sino el que, de una manera u otra, importaba. Y también se dieron cuenta de que, al mismo tiempo de ambos sentir eso, sentían celos de que alguien se acercara al otro. Así, de esa manera poco ortodoxa, se gustaron, y se dieron cuenta de que se gustaban, y de algo más: se encantaban.
Rápidamente comenzaron su idilio, sus conversaciones cambiaron el matiz, sus sentimientos fueron creciendo dentro de ellos –y sus deseos también-, y un día, decidieron verse a las caras –en ese mundo extraño, no se las podían ver, no podían verse a los ojos- y mirarse a los ojos. Debían arreglar cosas, organizarse, ponerse de acuerdo, y esperar el día. Y lo hicieron. Se vieron. Se miraron a los ojos, y se gustaron. Conversaron, y también se dijeron muchas cosas, aunque muchas de las cosas que se querían decir se las dijeron sin palabras. También se deseaban, y en un abrazo que duraría una eternidad, que haría que el hielo más frío se derritiese, y que el fuego más caliente se apagase, se unieron, compartieron un solo espacio físico y psíquico, se amaron, se desearon, y se amaron nuevamente. Eterna y delicadamente.
Observaba yo al viejo, mientras hacía su relato, con sus pausas intrigantes, y su voz rasposa, cuando de pronto un frío recorrió mi espalda. De pronto, de la nada, supe quién era. Su figura debió decírmelo, pero intrigado en su relato, recuerdo que no le presté atención. Hasta ese momento, que él mismo calificó de sublime en la historia de sus enamorados de ficción –supongo que lo es, aún no lo tengo claro- yo estaba tranquilo, pero intrigado. Pero ahora, sudaba en frío, recuerdo que las manos me tiritaban, y eso que estaba muy cerca de la llama de la fogata. Pero, con el continuar del relato, esa sensación desapareció de mi alma, y de mi cuerpo, y sólo me quedó una paz absoluta, un descanso real, como cuando duermes después de mucho trabajo. No sé si yo fui el único que notó eso, los demás no se inmutaban, seguían la historia del viejo, ni tampoco sé si el viejo notó mi extraña sensación, pues él seguía hablando y contando aquella historia. Ahora, en ese momento, su voz me parecía lo que siempre debió ser, sus ropas, ya no me desencajaban con el ambiente nocturno, ni con la llama. Si era quien yo creía, podía ser o cierto, o un sueño. Y cierto, o real, no era. Pues pese a la llama, mi cuerpo –el real- no sentía calor. Sólo una inmensa tranquilidad.
Soñaba, entonces. El viejo seguía relatando… Sus amantes de ese mundo extraño, volvieron a verse un tiempo más, y pese a que ya no hablaban tanto de aquel pasado que los unió, seguían las conversaciones. Pero también surgieron las diferencias. Pero él la quería, y ella lo quería a él. Entonces, todo podía arreglarse. Nunca discutían, y si era así, era por poco rato, aunque algunas veces tuvieron malas semanas, o malos días, pero no al extremo de una separación. Se querían mucho. Ambos se habían ayudado tanto, y se seguían ayudando, que no pensaban siquiera en la posibilidad de que eso suyo, eso de ellos, eso que no tenía nombre, ni forma, pero que era de ellos y bien definido, se acabara.
Observador, como soy yo, noté que en el sueño –si es que era uno- estaba aclarando, por lo tanto, me di cuenta de que probablemente la historia del viejo llegaría a su fin… Pero no fue así, pues el viejo seguía su relato, interminable, eterno, con detalles. Pero yo quería que terminase, que tuviera un final, quería saber qué pasaba al final con esos amantes de ese cuento extraño, que el viejo había empezado a relatar de la nada, como si debiese hacerlo, aún sin que nadie se lo hubiese pedido. Pero inevitablemente, como era un sueño, desperté… Pero aún me retumban las últimas palabras que logré oírle al viejo mientras se me deshacía ese mundo onírico, unas palabras que no puedo sacarme de la cabeza, y que aunque quisiera, no podré… “… la Biblioteca de los Sueños… Puede visitarse…”
La verdad es que debo reconocer que más de una vez, he visitado esa biblioteca, donde están los libros e historias que nunca son y nunca serán, pero que existen. Pero, lamentablemente, nunca he encontrado algo que haga siquiera una mínima referencia a la historia del viejo, ni a su lugar oscuro, ni a su fogata, ni a sus amantes de la historia, aquella historia que no le se el final, que no se cómo termina, y que ni siquiera se si es cierta…
REK
1 comentario:
Lejos es algo hermoso ... creo que lo más lindo que alguien me ha escrito muchas gracias muackssssssssssssssss...
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