domingo, 4 de octubre de 2015

NO-Verso Nº 1

NO-VERSO Nº 1

Un capuchón, un libro y una cadena.

Era un lugar extraño, parecido a un jardín, pero a buenas y a primeras se notaba mucho más grande que eso, mucho más vasto, casi infinito.
Había innumerables caminos y bifurcaciones y senderos y ramificaciones, que a veces llevaban nuevamente al camino principal, pero que otras veces se desviaban y no se sabía dónde llegaban. Y en éste lugar tan peculiar, había una especie de castillo, una ciudadela, enorme, que era fácilmente distinguible desde lo lejos. Dentro de ella, personajes como fantasmas atendían en sus necesidades a tres seres - porque no se sabía si eran personas como tal, o algo diferente -, llevándoles cosas de beber o comer.
 Uno de éstos personajes vestía un antiguo traje gris, como una sotana larga que llegaba hasta sus tobillos. Su cabeza estaba metida dentro de un capuchón pegado a la ropa, y del mismo color que las ropas, y siempre estaba en sombras su rostro, que no podía distinguirse. En una de sus manos llevaba un gran y - al parecer - pesado libro, el que estaba atado a su muñeca por una cadena y unos grilletes, que cada vez que movía la mano u hojeaba aquel libro, sonaban las cadenas en un leve chinchín. Su aspecto general era como la de un viejo monje sacado de alguna polvorienta y antiquísima abadía, ubicada vaya saber dónde.
 Las otras dos personas eran ancianos, hombre y mujer, y estaban sentados frente al personaje de la capucha, con expresión atenta en sus ojos, como si fuesen a escuchar algo muy importante, quizás lo más importante de sus vidas. Ambos se miraban de vez en cuando, sin saber a ciencia cierta el por qué estaban allí, y quizás buscando esa respuesta en el otro, aunque era una respuesta que no tenían ninguno de los dos. Todo lo que sabían era que estaban allí, sentados en una mesa frente a un ser parecido a un monje, en una ciudadela grisácea en un jardín interminable lleno de caminos. Tampoco sabían quién era el tipo del libro, que desprendía un leve olor a biblioteca por las noches, a polvo y a "tiempo". Tampoco sabían qué lugar era aquel, salvo que parecía jardín, y tampoco sabían dónde estaba ese lugar. Sólo recordaban estar allí, y ni siquiera ellos se conocían entre si. Se miraban sin saber quién era el otro. Por extraño que pareciera, estas circunstancias no los perturbaban, como si todas esas respuestas no fueran importantes, o al menos no tan importantes como lo que el de la capucha les iba a decir. Pero cómo sabían eso? Tampoco les importaba en lo absoluto. Sólo lo sabían, y ya.
 Cuando los dos invitados estuvieron listos, servidos y satisfechos, y los sirvientes como fantasmas se retiraron del salón, flotando por el aire como humo llevado por el viento, el ser vestido de gris abrió su libro - el cuero y el papel sonaban de una manera singular al ser movidos por los delgados dedos del extraño anfitrión -, y comenzó a hablar firmemente. Su voz se sintió como el raspar mutuo de las hojas y de las cubiertas de los libros por las noches, cuando las bibliotecas están cerradas y vacías, y los libros comienzan a leerse unos a otros.

- Fue hace tiempo, mucho tiempo. Se conocieron en un verano, aunque en efecto se habían visto antes, pero no se prestaron atención. Cuando se conocieron, ambos supieron casi al instante que algo fuerte, algo poderoso, algo importante iba a salir de aquella primera visita de él a la casa de ella. Y así fue, después de todo, pues en poco tiempo ella y él se convirtieron en grandes amigos. Lo pasaban bien. Y eso se notaba.

 Mientras escuchaban, ambos ancianos trataron de ver el rostro de aquel extraño ser., algún rasgo, algo que les permitiera asociarlo a "alguien", una persona, un ser humano. Pero era imposible. Las sombras siempre lo impedían. Quizás ni siquiera había un rostro que mirar, y sólo existía una profunda oscuridad. No podían determinarlo. El ser del capuchón observaba mientras relataba, y sabía, percibía, las sensaciones que provocaba en aquelos dos oyentes de su historia, sabía de sus dudas y de sus intenciones. Pero el de la capucha se mantenía inmutable, sin demostrar nada, ni siquiera en la voz, que era lo único que aquellos seres podían captar de él, a excepción de sus ropas y sus manos. Su rostro seguía en la sombra del entorno y de la capucha, a salvo de cualquier ojo escudriñador. Y así, prosiguió su relato:


- Su amistad siguió creciendo con el tiempo. Compartían tardes, noches, mañanas. Salían, caminaban, reían y jugaban. Todo parecía ir cada vez mejor. Pero su amistad no era la única, y eso había que tenerlo en cuenta. Habían dos personas más, dos hombres, que pertenecían a este grupo de amigos. A pesar de todo, se llevaban bien entre todos, y compartían también entre todos. Pero dicen que nada es Eterno, y un mal día llegó algo que hizo cambiar radicalmente aquellas amistades, a aquellas personas, y no pudieron evitarlo, como si el mismo Destino estuviese en su contra y lo hubiese querido así.

Los dos ancianos se sintieron extraños al oir nombrar al Destino en aquel relato. Ambos creían, a esos años de sus vidas, que el destino como tal sí existía, que había una fuerza invisible y poderosa que guiaba los hilos de las vidas de la gente y que los hacían vivir las vidas que vivían, aunque siempre conservando de preferencia los aires de libertad o de libre albedrío. Sin embargo siempre lo habían pensado o imaginado como una idea, un alma, incluso hasta un espíritu, algo inmaterial y sin forma. Pero ahora se preguntaban si el Destino podría ser un ser, una persona, quizás con la apariencia de un viejo monje como el que tenían en frente, con sus manos huesudas recorriendo las hojas de aquel libro encadenado a su muñeca.

- Cuando empezaban a conocerse mejor, ella repentinamente tuvo que hacer un viaje, un largo viaje. Iba fuera de su país natal, lejos de su gente cercana, quizás por casi un año. Como era de esperar, a ninguno de los tres hombres que eran sus amigos les cayó bien, ni mucho menos les hizo gracia, la noticia de aquel viaje, especialmente a él. El viaje llegó sin tiempo a nada, y tuvieron por obligación, o por aquel destino, dejar de verse.

 La anciana se sintió de pronto un poco incómoda, aunque sólo fue un instante. Miró a su improvisado compañero pero no hubo reacción en él, por lo que volvió a escuchar las palabras rasposas de aquel extraño.

- La carta fue el nuevo y único método de comunicación que les quedó, y ayudó a afianzar la amistad entre El y Ella. Durante aquel tiempo, y por aquel medio arcaico de comunicación, fueron bastante sinceros el uno con el otro pese a la distancia, lo que vino a corroborar lo que ya se sabía: se querían. Pero entonces quiso el caprichoso destino que ella, por ciertas circunstancias que no vienen al caso, volviera a su país antes de lo planeado lo que obviamente alegró a todo el mundo. Pero El, y cumpliéndose lo que siempre había pensado en esta ausencia de ella, sentía que no estaba del todo preparado para volver a estar con ella frente a frente, pues se había acostumbrado a las cartas, donde hay más libertad en escribir, y muchas veces esos escritos llevan más sentimientos de los que podrías decir o manifestar cara a cara, pues no temes lo que te dirán o te responderán viéndote a los ojos.

 La mujer escuchaba atentamente el relato, y se interesaba cada vez más en el mismo. Por eso ya no se preguntaba quién era aquel personaje, ni tampoco quién era el anciano a su lado. Simplemente se limitaba a seguir la historia.

- Pero las cosas, como siempre es así, no fueron del todo bien. Pequeñas pero continuas discusiones entre ellos, la presencia de los demás, y otras cosas, hicieron que la amistad decayera un poco. Además, y siguiendo el curso más obvio de los acontecimientos, los tres hombres del "club" se habían alejado bastante entre ellos, cada cual por sus propias razones,  a pesar de decirse y creerse amigos eran demasiadas las cosas que los distanciaban y contraponían. Además uno de ellos, el más conflictivo, estaba interesado en Ella de otra manera, por lo que le molestaba en demasía estar con Ella y con los otros dos amigos. Es así como, aprovechando una acción de Él, y sus dichos (aunque tergiversados), Ella discutiera y se enojara con Él, al cabo de que en un par de semanas, la amistad se quebrantó del todo, terminando abruptamente. Él y Ella se separaron y no volvieron a verse.

 El anciano había estado pensando, y estaba casi convencido de que conocía aquella historia. También reparó en que el ser vestido como viejo monje, leía aquella historia desde el gran libro encadenado a su muñeca, lo que lo hizo pensar si entonces habían otras historias escritas en aquel añoso libro, y también pensó en cómo habían llegado ahí a ese volumen.
 La anciana también había empezado a recordar o reconocer aquella historia, y también se hacía las mismas preguntas que su anciano compañero, sólo que no compartía sus pensamientos con él puesto que ni siquiera lo conocía.
 Ambos ancianos tenían dudas, se hacían ideas, pero se mantenían en silencio, en espera de que aquel ser de voz rasposa continuara su relato.

- Pero no fue mucho el tiempo que estuvieron separados, la verdad sea dicha. Pasados unos meses, ella lo fue a buscar. El reencuentro no fue emotivo ni nada por el estilo, más bien se sintió algo bastante frío e impersonal. Él estaba dolido, y se notaba, aunque hacía esfuerzos porque aquello no interfiriera en el reencuentro. Y Ella estaba más distante, producto también de lo mismo. Sin embargo conversaron, y aunque no ahondaron mucho en el tema que los había separado, les sirvió a ambos como un puntapié inicial a una nueva etapa de su truncada amistad. Sería complejo, pero aceptaron el desafío, y quedaron en tratar de volver a retomar lo que habían perdido. Y lo lograron, en parte, y sólo por un tiempo, ya que al paso de los meses, todo iba volviendo a la "normalidad", a aquella fastidiosa normalidad donde Ella volvió actuar de la misma manera, y donde Él terminó por fastidiarse. A fin de año, se decidió (por segunda vez), a darle un final definitivo a todo. Pero no sería así. Pasaron muchos, muchos años, y nunca más se vieron. Pero llegó un día en que se encontraron frente a frente, y ni siquiera lo sabían.

Los ancianos sintieron algo extraño, ambos al unisono. Sintieron que aquel ser los estaba mirando, fijamente, pero no podían determinar cómo era ésto posible, pues ni siquiera podían verle el rostro, mucho menos los ojos. Aún así sentían que los estaba mirando, y se sintieron incómodos.
Aquel personaje como monje de pronto enderezó más su cabeza dentro de su capuchón, y  cerró su libro, dejando de leer. Dio media vuelta y se retiró del salón sin decir una palabra, ni siquiera sus pies parecían emitir sonido alguno. Sólo se escuchaba el tintineo de su cadena, hasta que se perdió tras una puerta ancha.
 Entonces, cuando quedaron solos, el anciano y la anciana se miraron sin saber qué hacer. No sabían ni cómo habían llegado a tal lugar, y por lo mismo no sabían cómo irse, ni siquiera sabían dónde estaban. Se preocuparon y se notaba en sus rostros. Fue entonces que por primera vez durante todo aquel tiempo se miraron y se encontraron.
Y se reconocieron...

REK.





1 comentario:

Anónimo dijo...

Al parecer una historia importante en tu vida pues no es primera vez que escribes al respecto... un buen escrito como es costumbre en ti.