jueves, 22 de octubre de 2015

NO-Verso Nº 2

NO-VERSO Nº2

La Historia Dormida en la Biblioteca.

Hay una historia que jamás ha sido contada.
Una historia que yace dormida en algún libro, y aquel libro yace dormido en alguno de los estantes, y el estante se encuentra en alguna de las muchas alas de la enorme Biblioteca de los Sueños. Y mal que mal, es allí donde debería estar una historia dormida, no?
Y como toda biblioteca, es administrada, vigilada, y llevada hasta en sus más mínimos detalles por un bibliotecario. Este bibliotecario -aunque a él le gusta darse a conocer como "administrador del lugar"- tenía ojos simpáticos, pero que demostraban muchos años de experiencia. Cuántos? No logras descifrarlo, quizás son números lejanos a tu comprensión. O quizás simplemente no puedes. Reglas? Siempre las hay.
El bibliotecario, alto y delgado como un lápiz, envuelto en un formal traje negro y gris, te recibe amablemente en sus estancias. Miras y te impresionas del tamaño del lugar. Parece interminable (y de hecho lo es). No entiendes qué haces ahí, pero tu anfitrión te mira, mira sus libros, y de pronto saca uno de un estante cercano. Se acerca y te lo entrega, al tiempo que te dice:

- Acá está. "La Historia Dormida en la Biblioteca y que Seguramente Seguirá Allí Muchos Años Más"...Si me permite, no es un título muy pegajoso, digamos... Ni mucho menos original, menos para un libro que justamente está acá. Pero sabe? Tiene su estilo- y sonrió.

Miras el libro, una extraña encuadernación, tapas duras de color azul como los paquetes de las velas, con letras rojas indicando el título que se notaba demasiado extenso para un libro. Al mismo tiempo razonas internamente, o lo intentas, del por qué te trajeron ese libro. Y entonces piensas que debe ser un sueño...
Entonces abres las primeras páginas del libro...
Se comenta en los bajos mundos, desde hace muchos miles de años, que los sueños son los que pueden darle forma al mundo. Y esto, en cierta forma, es verdad. Qué sería de una persona sin sueños? Hubiese llegado Colón a las Américas sin el sueño de viajar a las Indias Occidentales? Hubiéramos llegado a conocer lanzaderas espaciales, si los hermanos Wright no hubiesen tenido el sueño de volar?
Dicho esto, la historia comienza como todas las historias, con un lugar, y un erase una vez...
Érase una vez una ciudad bulliciosa, intranquila, de gente que pululaba de un lugar a otro, de autos tocando sus bocinas, buses transportando gente a sus casas, a sus trabajos, a sus lugares de estudio. Pero dentro de toda ésta alteración mental que producía ésta ciudad, él estaba tranquilo, y para él eran tiempos tranquilos. Sin embargo, se avecinaban aguas menos quietas en el futuro próximo. Es parte de la naturaleza, que la calma llegue antes que la tormenta, y después de ella.
Él era joven, por aquellos años, idealista, soñador. Ella unos años mayor, con más vida recorrida, y eso se notaba claramente. Se conocieron en el trabajo, un lugar extraño como para conocer gente, especialmente un lugar donde sólo un hombre era el "macho alfa" que tenía todo el séquito de mujeres supuestamente a sus ordenes y bajo sus brazos. Sin embargo, Ella nunca fue de ese grupo, y se apartó rápidamente cuando quisieron incluirla en aquella nefasta lista interminable de conquistas, por llamarlo de alguna forma decente.
Por alguna razón inverosímil, Ella y Él se terminaron conociendo en aquel ir y venir de gente, de personas, de jefes, de empleados, de clientes y de reuniones. Un par de conversaciones, un par de sonrisas a escondidas, y decidieron juntarse en otro lugar, donde podían estar más tranquilos, sin los ojos observadores de todo ese montón de viejas cahuineras, ni de jefes molestosos que insistían en que la norma "no involucrarse con compañeros de trabajo" debía cumplirse, haciendo la vista gorda de todas las "conquistas" que el jefe llevaba a cuestas. Era una parte simple y dura de aquel llamado con justa razón, un trabajo de mierda.
Una tarde soleada, se juntaron en un parque de aquella ciudad. A su alrededor corrían niños jugando, padres, madres, hermanos comentando cosas, parejas caminando tomados de la mano, prometiéndose amores eternos que con toda seguridad serían más que efímeros, la bulliciosa locomoción colectiva, pero nada de eso los interrumpía a Él y a Ella. Estaban cómodamente conversando a la sombra de uno de los añosos árboles del parque, capeando el calor, disfrutando de la compañía del otro.y
Fue algo rápido, pero formalizaron la relación en aquel momento, y es que tampoco había que esperar más. Ambos eran adultos, no le debían explicaciones a nadie, así que por qué no? Y se hicieron pareja, bajo la sombra de los añosos árboles.
Su relación comenzó así, y así se mantuvo en el tiempo. Comenzó bajo el alero de aquellos árboles, y se mantuvo en silencio por las restricciones laborales impuestas. Aunque se sabía que aquello no duraría para siempre. Ocurrió la primera vez que pasaron la noche juntos (habían pasado tardes o mañanas juntos, pero no una noche durmiendo bajo el mismo techo), y al día siguiente se fueron juntos al trabajo. Eran compañeros. Nada tenía de malo llegar juntos. Pero lo tuvo. Y lo sabían. Pero no les importaba, en realidad. A quién le hubiese importado?. Pasó lo que tenía que pasar, bajo la tutela de un tipo déspota y "patrón de fundo", y Él fue despedido (obvio, Ella no, Ella era la "carne" a comer, no Él). Pese a la injusticia, y el problema de acoso que aquello involucraba, no se hicieron problemas. Mal que mal, Él la tenía a Ella, no la tenía nadie más, hiciera lo que hiciera, pasara lo que pasara.
Hubo gente que probablemente pensó (planeó), que al separarlos en el trabajo, se terminarían irremediablemente separando en su vida normal. Y no era absurdo pensarlo, de hecho. Vivían en sectores extremos y distantes de la ciudad, no podrían verse todos los días como antes, lo que en cualquier caso iría disminuyendo el amor hasta hacerlo desaparecer completamente, ante la falta de apego, de verse, de tocarse... Pero no fue así, y seguramente fue un balde de agua fría que cayó sobre unos cuantos personajillos de ese vil trabajo (uno en particular), algo que a él no le importaba en lo más mínimo. Aunque claro, en su más interno pensamiento, una efímera y virtual sonrisa aparecía cuando recordaba el tema.
A veces Él la iba a buscar al trabajo, su antiguo trabajo también. La esperaba en una esquina, donde antes conversaba con su grupo de amigos del trabajo en los horarios de colación. La esperaba un rato, hasta que comenzaban a salir las demás mujeres de la sección donde ella trabajaba. Salían cuchicheando y comentando sus trabajos, su día laboral, sus cosas de mujeres - cosas supérfluas, sin trasfondo, inertes -, y al verlo a Él parado en aquella esquina, sabiendo que iba a buscarla a Ella, se acercaban aún más y se decían cosas por lo bajo, seguro copuchando sobre su presencia y sobre su relación, y a veces reían, otras veces sólo pareciera que lo notaban y ya.  Cuando pasaban cerca de Él, lo saludaban, sonreían de manera maliciosa, y seguían su camino. Él las saludaba caballerosamente (a algunas, a otras las ignoraba), y se reía internamente de lo que tan simple visita provocaba. Sin embargo, lo que más risa le daba, y lo demostraba siempre que podía, era la reacción de aquel ogro sicótico y acosador disfrazado de jefe, aquel patrón de fundo que no pudo soportar que una de sus "ovejitas" no quisiera ser parte de su rebaño y se fuera con otro. A veces aparecía aquel siniestro personaje a la salida del trabajo, sobretodo cuando alguna de las viejas copuchentas le iba a decir que Él estaba afuera. ÉL lo ignoraba, pero de reojo miraba y sabía que lo observaban. Al final Ella salía, y sonriendo feliz de la vida salía casi corriendo y lo abrazaba y lo besaba. El otro, el maldito ogro, se entraba refunfuñando, o comentando imbecilidades a sus seguidores tan tontos como él.
Ellos, simplemente, se iban juntos
Nada fue como se dice, color de rosa, ciertamente. Hubieron altos y bajos, aunque nunca una pelea mayor, s´polo simples discusiones sobre la forma de ver la vida. Algo lógico, eran hombre y mujer, no eran exactamente de la misma edad, habían tenido en sus vidas realidades diferentes,  etc. No tenían por qué pensar lo mismo, de hecho. Sin embargo su relación se volvía día a día más sólida. Hasta que llegó el momento en que decidieron vivir juntos. No era algo menor, especialmente para Él, que debía abandonar su casa, pues Ella seguía donde siempre, pues se habían agenciado un terreno cedido por los padres de Ella, y allí construirían su humilde casa en la pradera. Y así fue, con el tiempo se construyó, se amobló, y se ordenó. La Casa Nueva de Tito Fernández sonando de fondo, mientras ambos sonreían felices...
Pasaron el tiempo, las estaciones, los meses y los días, y un día pasó lo que nadie esperó que pasara: el antiguo trabajo de ambos, dónde ya sólo trabajaba Ella, se terminó. Sin ahondar en los detalles, simplemente se terminó. La última vez que Ella vio a ese tipo aprovechador, fue en la final donde iban a pagarles sus finiquitos de trabajo, en una Notaría, Se quiso hacer el simpático, y abusando nuevamente de su puesto y su cargo, aunque ya de eso no quedaba nada, quiso pasar de los primeros, saltándose la fila establecida. Entonces Ella lo increpó, y tratándolo como a cualquier persona, le dijo que hiciera la fila como cualquier pelagato de la empresa, que los puestos, rangos y cargos, ya no existían y él simplemente era "un hueón más". Los ojos del tipejo, otrora patrón del fundo, se abrieron desmesuradamente, y la rabia le carcomió el ser, pero Ella estaba en lo correcto, y se tuvo que comer todas sus posibles respuestas. La risa burlona de Ella, y de algunas compañeras "opositoras al régimen", no se hizo esperar. Y fue la última vez que se supo de él. Esperamos sinceramente que pague sus aprovechamientos.
Ambos tenían otros trabajos, como cualquier pareja, y se veían en las mañanas, en las noches, y los fines de semana trataban de aprovecharlos al máximo. Estaban en casa, salían a dar una vuelta por los verdes campos que rodeaban los barrios donde vivían, iban al supermercado a pasar el día mientras hacían las compras necesarias, jugaban con los hermanos de Ella, en fin. Siempre había algo que hacer en aquella casita, o fuera de ella. Alimentaban su relación con pequeñas cosas, tratando de no caer en rutinas, aunque siempre eso es inevitable. Hay rutinas absolutamente necesarias, o inevitabbles, y así es la vida, no se puede cambiar todo en este mundo. Hay reglas. Siempre.
Pasaron los años, y su relación seguía inmutable en el tiempo. Se amaban, y querían estar juntos para siempre. Lo clásico de las parejas jóvenes, que a veces ven con ojos soñadores este mundo, un mundo por lo general más complicado y más cabrón que los propios sueños nos puedan enseñar.
Una de las viejas reglas, es que nada es eterno. Acaso algo lo es? Como dice alguien por ahí - en otro escrito, quizás en la misma biblioteca esté ese ejemplar - nada va a durar más allá de ésta versión del universo. Es una de las viejas reglas. No puedes hacer nada. El universo está sustentado por ellas. Más allá de las leyes físicas, gravitacionales, y la termodinámica, están las reglas. No existe nada sin ellas. EL mundo, una estrella, una árbol, tú, yo....
Un día, un mal día, Él llegó de su trabajo. Aún era de día, estaba claro. Había sol, de hecho hacía calor aquel día. No encontró a nadie en casa, lo cual no era novedad, pues Ella salía más tarde del trabajo. Dejó la mesa preparada para tomar once, y se fue a comprar el pan. Se demoró un poco, ya que fue a una amasandería más lejana pero que vendía mejor pan que los clásicos negocios cercanos. Volvió y Ella ya estaba en casa. La saludó cariñosamente y con una sonrisa, pero notó algo raro en ella, algo no habitual. La sintió como distante. Trató de no darle importancia, quizá sólo era cansancio, por lo que fue a dejar el pan a la mesa, y a poner el hervidor nuevamente para calentar el agua y servir la once. Cuando estuvo todo dispuesto, ella le dijo que tenían que hablar -esa maldita, maldita frase-.La cabeza de Él se llenó de miles de opciones en tan sólo una fracción de segundos. Miles de ideas se le cruzaron por la mente, desde las más posibles, a escenarios casi catastróficos o apocalípticos, desde simples problemas de convivencia fácilmente solucionables, hasta problemas de dinero que quizás no eran tan simples de resolver. Un caleidoscopio de ideas, en apenas una fracción  de tiempo. Asintió con la cabeza, en silencio. No atinó a nada más.
Dando el clásico rodeo de palabras bonitas y tratando de no herir suceptibilidades, Ella dijo en síntesis, y en definitiva, que su relación se acababa, así como hiciera años había empezado. Él, por su lado, sólo se mantuvo en silencio, la dejó hablar, la dejó que se expresara, a ver si dentro del conglomerado de palabras que le decían, había alguna frase que cobrara sentido a todo lo que estaba escuchando. Pues, para Él, nada lo tenía.
Se quedó impávido, sin reacción. Ella completó su exposición con un par de frases más, pero que para Él no significaban nada, ni siquiera las escuchó. Ella guardó silencio, y Él sólo atinó, pese a todo lo que le habían dicho, a preguntar "por qué?". Nuevamente Ella empezó con la palabrería clásica, y él la interrumpió, pidiéndole las razones claras y precisas, las cuales sin embargo, no llegaron. Él se quedó nuevamente en silencio, sintiendo como su pecho se apretaba, como sus sentimientos de pronto no valían nada - y no sería ni la primera ni la última vez que sentiría lo mismo . sintió que todo lo que había hecho, dicho, demostrado, no había servido absolutamente de nada.
Después de un rato, y de tratar de encontrar una respuesta satisfactoria, que no llegó, se decidió a lo que jamás había pensado que tenía que hacer: irse. Se dio la vuelta, fue a la pieza, sacó sus documentos, plata y llaves de la casa, y se paró frente a ella, quien lo miraba en silencio, con los ojos llorosos, pero no lo detuvo. Sólo le dijo que lamentaba la situación pero que las razones ya estaban. ël, en silencio, se despidió de ella a la distancia, y cerró la puerta tras de sí. Lo inundaron muchos sentimientos, pena, rabia, ira, tristeza, incomprensión, pero sobre todo desgano. Como quien termina un partido de football extenuado de tanto esfuerzo. Su cuerpo hasta olvidó que no había comido nada. Dejó, por unos cuantos kilómetros, de sentir.
El camino a casa fue de análisis, de más sentimientos encontrados, de más tristeza. Llegó a casa en silencio, no dijo nada a nadie, y nadie le preguntó nada tampoco, todos suponían, o sospechaban, que algo había pasado.
Estaba tan cansado, cansado de todo, que pese a todo, se durmió temprano, y así fue mejor todo. Todo siempre es mejor, después de un buen descanso. Analizar más? Ya no valía la pena, simplemente había que vivir, o sobrevivir, nadie moría de amor, pese a que un libro indicara hace muchos años que un niño perdió los estribos y murió por ello. Qué tontería!
Se verían una vez más, pero fue sólo un protocolo. De ahí, a la eternidad sin saber nada más.

Terminas el libro, lo cierras, lo apartas de ti, y se lo devuelves a tan singular bibliotecario, quien te mira sonriendo yacercándose a ti, te dice en voz baja, como comentándote un secreto...

- Quizás, en realidad, lo único eterno sea eso...

REK.

domingo, 4 de octubre de 2015

NO-Verso Nº 1

NO-VERSO Nº 1

Un capuchón, un libro y una cadena.

Era un lugar extraño, parecido a un jardín, pero a buenas y a primeras se notaba mucho más grande que eso, mucho más vasto, casi infinito.
Había innumerables caminos y bifurcaciones y senderos y ramificaciones, que a veces llevaban nuevamente al camino principal, pero que otras veces se desviaban y no se sabía dónde llegaban. Y en éste lugar tan peculiar, había una especie de castillo, una ciudadela, enorme, que era fácilmente distinguible desde lo lejos. Dentro de ella, personajes como fantasmas atendían en sus necesidades a tres seres - porque no se sabía si eran personas como tal, o algo diferente -, llevándoles cosas de beber o comer.
 Uno de éstos personajes vestía un antiguo traje gris, como una sotana larga que llegaba hasta sus tobillos. Su cabeza estaba metida dentro de un capuchón pegado a la ropa, y del mismo color que las ropas, y siempre estaba en sombras su rostro, que no podía distinguirse. En una de sus manos llevaba un gran y - al parecer - pesado libro, el que estaba atado a su muñeca por una cadena y unos grilletes, que cada vez que movía la mano u hojeaba aquel libro, sonaban las cadenas en un leve chinchín. Su aspecto general era como la de un viejo monje sacado de alguna polvorienta y antiquísima abadía, ubicada vaya saber dónde.
 Las otras dos personas eran ancianos, hombre y mujer, y estaban sentados frente al personaje de la capucha, con expresión atenta en sus ojos, como si fuesen a escuchar algo muy importante, quizás lo más importante de sus vidas. Ambos se miraban de vez en cuando, sin saber a ciencia cierta el por qué estaban allí, y quizás buscando esa respuesta en el otro, aunque era una respuesta que no tenían ninguno de los dos. Todo lo que sabían era que estaban allí, sentados en una mesa frente a un ser parecido a un monje, en una ciudadela grisácea en un jardín interminable lleno de caminos. Tampoco sabían quién era el tipo del libro, que desprendía un leve olor a biblioteca por las noches, a polvo y a "tiempo". Tampoco sabían qué lugar era aquel, salvo que parecía jardín, y tampoco sabían dónde estaba ese lugar. Sólo recordaban estar allí, y ni siquiera ellos se conocían entre si. Se miraban sin saber quién era el otro. Por extraño que pareciera, estas circunstancias no los perturbaban, como si todas esas respuestas no fueran importantes, o al menos no tan importantes como lo que el de la capucha les iba a decir. Pero cómo sabían eso? Tampoco les importaba en lo absoluto. Sólo lo sabían, y ya.
 Cuando los dos invitados estuvieron listos, servidos y satisfechos, y los sirvientes como fantasmas se retiraron del salón, flotando por el aire como humo llevado por el viento, el ser vestido de gris abrió su libro - el cuero y el papel sonaban de una manera singular al ser movidos por los delgados dedos del extraño anfitrión -, y comenzó a hablar firmemente. Su voz se sintió como el raspar mutuo de las hojas y de las cubiertas de los libros por las noches, cuando las bibliotecas están cerradas y vacías, y los libros comienzan a leerse unos a otros.

- Fue hace tiempo, mucho tiempo. Se conocieron en un verano, aunque en efecto se habían visto antes, pero no se prestaron atención. Cuando se conocieron, ambos supieron casi al instante que algo fuerte, algo poderoso, algo importante iba a salir de aquella primera visita de él a la casa de ella. Y así fue, después de todo, pues en poco tiempo ella y él se convirtieron en grandes amigos. Lo pasaban bien. Y eso se notaba.

 Mientras escuchaban, ambos ancianos trataron de ver el rostro de aquel extraño ser., algún rasgo, algo que les permitiera asociarlo a "alguien", una persona, un ser humano. Pero era imposible. Las sombras siempre lo impedían. Quizás ni siquiera había un rostro que mirar, y sólo existía una profunda oscuridad. No podían determinarlo. El ser del capuchón observaba mientras relataba, y sabía, percibía, las sensaciones que provocaba en aquelos dos oyentes de su historia, sabía de sus dudas y de sus intenciones. Pero el de la capucha se mantenía inmutable, sin demostrar nada, ni siquiera en la voz, que era lo único que aquellos seres podían captar de él, a excepción de sus ropas y sus manos. Su rostro seguía en la sombra del entorno y de la capucha, a salvo de cualquier ojo escudriñador. Y así, prosiguió su relato:


- Su amistad siguió creciendo con el tiempo. Compartían tardes, noches, mañanas. Salían, caminaban, reían y jugaban. Todo parecía ir cada vez mejor. Pero su amistad no era la única, y eso había que tenerlo en cuenta. Habían dos personas más, dos hombres, que pertenecían a este grupo de amigos. A pesar de todo, se llevaban bien entre todos, y compartían también entre todos. Pero dicen que nada es Eterno, y un mal día llegó algo que hizo cambiar radicalmente aquellas amistades, a aquellas personas, y no pudieron evitarlo, como si el mismo Destino estuviese en su contra y lo hubiese querido así.

Los dos ancianos se sintieron extraños al oir nombrar al Destino en aquel relato. Ambos creían, a esos años de sus vidas, que el destino como tal sí existía, que había una fuerza invisible y poderosa que guiaba los hilos de las vidas de la gente y que los hacían vivir las vidas que vivían, aunque siempre conservando de preferencia los aires de libertad o de libre albedrío. Sin embargo siempre lo habían pensado o imaginado como una idea, un alma, incluso hasta un espíritu, algo inmaterial y sin forma. Pero ahora se preguntaban si el Destino podría ser un ser, una persona, quizás con la apariencia de un viejo monje como el que tenían en frente, con sus manos huesudas recorriendo las hojas de aquel libro encadenado a su muñeca.

- Cuando empezaban a conocerse mejor, ella repentinamente tuvo que hacer un viaje, un largo viaje. Iba fuera de su país natal, lejos de su gente cercana, quizás por casi un año. Como era de esperar, a ninguno de los tres hombres que eran sus amigos les cayó bien, ni mucho menos les hizo gracia, la noticia de aquel viaje, especialmente a él. El viaje llegó sin tiempo a nada, y tuvieron por obligación, o por aquel destino, dejar de verse.

 La anciana se sintió de pronto un poco incómoda, aunque sólo fue un instante. Miró a su improvisado compañero pero no hubo reacción en él, por lo que volvió a escuchar las palabras rasposas de aquel extraño.

- La carta fue el nuevo y único método de comunicación que les quedó, y ayudó a afianzar la amistad entre El y Ella. Durante aquel tiempo, y por aquel medio arcaico de comunicación, fueron bastante sinceros el uno con el otro pese a la distancia, lo que vino a corroborar lo que ya se sabía: se querían. Pero entonces quiso el caprichoso destino que ella, por ciertas circunstancias que no vienen al caso, volviera a su país antes de lo planeado lo que obviamente alegró a todo el mundo. Pero El, y cumpliéndose lo que siempre había pensado en esta ausencia de ella, sentía que no estaba del todo preparado para volver a estar con ella frente a frente, pues se había acostumbrado a las cartas, donde hay más libertad en escribir, y muchas veces esos escritos llevan más sentimientos de los que podrías decir o manifestar cara a cara, pues no temes lo que te dirán o te responderán viéndote a los ojos.

 La mujer escuchaba atentamente el relato, y se interesaba cada vez más en el mismo. Por eso ya no se preguntaba quién era aquel personaje, ni tampoco quién era el anciano a su lado. Simplemente se limitaba a seguir la historia.

- Pero las cosas, como siempre es así, no fueron del todo bien. Pequeñas pero continuas discusiones entre ellos, la presencia de los demás, y otras cosas, hicieron que la amistad decayera un poco. Además, y siguiendo el curso más obvio de los acontecimientos, los tres hombres del "club" se habían alejado bastante entre ellos, cada cual por sus propias razones,  a pesar de decirse y creerse amigos eran demasiadas las cosas que los distanciaban y contraponían. Además uno de ellos, el más conflictivo, estaba interesado en Ella de otra manera, por lo que le molestaba en demasía estar con Ella y con los otros dos amigos. Es así como, aprovechando una acción de Él, y sus dichos (aunque tergiversados), Ella discutiera y se enojara con Él, al cabo de que en un par de semanas, la amistad se quebrantó del todo, terminando abruptamente. Él y Ella se separaron y no volvieron a verse.

 El anciano había estado pensando, y estaba casi convencido de que conocía aquella historia. También reparó en que el ser vestido como viejo monje, leía aquella historia desde el gran libro encadenado a su muñeca, lo que lo hizo pensar si entonces habían otras historias escritas en aquel añoso libro, y también pensó en cómo habían llegado ahí a ese volumen.
 La anciana también había empezado a recordar o reconocer aquella historia, y también se hacía las mismas preguntas que su anciano compañero, sólo que no compartía sus pensamientos con él puesto que ni siquiera lo conocía.
 Ambos ancianos tenían dudas, se hacían ideas, pero se mantenían en silencio, en espera de que aquel ser de voz rasposa continuara su relato.

- Pero no fue mucho el tiempo que estuvieron separados, la verdad sea dicha. Pasados unos meses, ella lo fue a buscar. El reencuentro no fue emotivo ni nada por el estilo, más bien se sintió algo bastante frío e impersonal. Él estaba dolido, y se notaba, aunque hacía esfuerzos porque aquello no interfiriera en el reencuentro. Y Ella estaba más distante, producto también de lo mismo. Sin embargo conversaron, y aunque no ahondaron mucho en el tema que los había separado, les sirvió a ambos como un puntapié inicial a una nueva etapa de su truncada amistad. Sería complejo, pero aceptaron el desafío, y quedaron en tratar de volver a retomar lo que habían perdido. Y lo lograron, en parte, y sólo por un tiempo, ya que al paso de los meses, todo iba volviendo a la "normalidad", a aquella fastidiosa normalidad donde Ella volvió actuar de la misma manera, y donde Él terminó por fastidiarse. A fin de año, se decidió (por segunda vez), a darle un final definitivo a todo. Pero no sería así. Pasaron muchos, muchos años, y nunca más se vieron. Pero llegó un día en que se encontraron frente a frente, y ni siquiera lo sabían.

Los ancianos sintieron algo extraño, ambos al unisono. Sintieron que aquel ser los estaba mirando, fijamente, pero no podían determinar cómo era ésto posible, pues ni siquiera podían verle el rostro, mucho menos los ojos. Aún así sentían que los estaba mirando, y se sintieron incómodos.
Aquel personaje como monje de pronto enderezó más su cabeza dentro de su capuchón, y  cerró su libro, dejando de leer. Dio media vuelta y se retiró del salón sin decir una palabra, ni siquiera sus pies parecían emitir sonido alguno. Sólo se escuchaba el tintineo de su cadena, hasta que se perdió tras una puerta ancha.
 Entonces, cuando quedaron solos, el anciano y la anciana se miraron sin saber qué hacer. No sabían ni cómo habían llegado a tal lugar, y por lo mismo no sabían cómo irse, ni siquiera sabían dónde estaban. Se preocuparon y se notaba en sus rostros. Fue entonces que por primera vez durante todo aquel tiempo se miraron y se encontraron.
Y se reconocieron...

REK.