viernes, 9 de noviembre de 2012

Y hablando de elecciones...

Sufragios
En mis tiempos de escolar, hace eones, vivimos en mi curso un proceso eleccionario muy particular.
Cabe señalar que aquel curso fue muy especial. Era el 2º medio de mi liceo, de aquellos con letra y número, no con nombres gringos ni nada por el estilo, y era un curso que tenía una particularidad: de los 40 y algo de alumnos en total, éramos como 12 hombres, el resto todas mujeres. Eso causó un sin número de problemas durante todo aquel año, pero también trajo agradables sorpresas. Ninguna pareja, hay que dejarlo claro, la mayoría eran bastante alejadas de la mano de Dios, y en aquella época los desarrollos no eran como los de hoy. Pero nos las arreglamos, eso sí.
El ordenamiento de sillas y mesas incluso fue por género. Como éramos menos, nos pusimos todos en una sola fila, mientras que las otras tres filas eran de mujeres, bulliciosas y alborotadas mujeres. Eso más que una anécdota, fue un hecho que trajo bastantes consecuencias. Incluso sentarnos y ordenándonos así, nos sirvió para jugar tranquilamente al póker y al ocho loco (versión del UNO, pero con naipe inglés), lo que nos reportó horas de entretenimiento casi sano, porque aunque no pudiéramos apostar plata, se apostaba igual, otras cosas.
Todo comenzó a principios de año, cuando mientras nos conocíamos y compartíamos con los compañeros, debíamos elegir la clásica directiva del curso; presidente, secretario, tesorero, y todas esas mierdas cívicas en un colegio, que al final sólo servían para perder horas de clases y que el tesorero se arrancara con la plata. Como era de suponerse, eso dio inicio a la guerra de sexos que vendría posteriormente. Lógicamente las mujeres presentaron su candidata, y los hombres presentamos nuestro candidato, con la obvia inclinación de las mujeres por la candidata femenina, aunque igual hubo algunas que votaron por el candidato nuestro. Sin embargo el resultado fue obvio, y la candidata de las mujeres ganó por una amplia mayoría, relegando a nuestro candidato a los votos de los hombres y de un par de mujeres simpatizantes. Las mujeres disfrutaron su triunfo, nos lo enrostraron, y aplaudieron a su candidata electa, junto a toda su directiva, mientras nosotros, aunque hirviendo en rabia por dentro, sólo nos hicimos a un lado y dejamos que disfrutaran su momento.
 Debido a ésto, y en un acto unánime y que no fue deliberado, sino más bien espontáneo, los hombres del curso, decidimos marginarnos de todo proceso político, social, cultural y económico del curso, relegando las responsabilidades del mandato y de las administraciones a las mujeres, ya que ellas habían elegido a su candidata. Ésto no le gustó a las mujeres, pero tampoco le gustó a nuestra profesora jefe de aquellos años, pero como dijo el conejo, mala cuea y se cambió de casa. Nuestra decisión era final, y no la volvimos atrás durante todo aquel año. No participamos en ninguno de los Consejos de Curso, clásicos de día lunes, durante todo el año, simplemente nos dedicábamos a conversar o a jugar póker. No juntamos plata, como siempre se hace, para ningún paseo ni fiesta ni nada. No participamos de las decisiones de las mujeres, ya que ellas no nos gobernaban, y nosotros no estábamos ni ahí con ellas tampoco.
La verdad fue una convivencia extraña la de ese año, por el simple hecho de que las mujeres ejercieran su superioridad numérica para elegir a su candidata, pero como en todo en esta vida, las cosas pueden cambiar de un momento a otro, y llegó el día en que las mujeres se cansaron de sus representantes, cuestionaron sus métodos, sus decisiones, y en especial cuestionaron la forma en la que las mandaban a ellas mismas, iniciando una especie de golpe de estado contra sus propias elegidas, en los últimos meses de aquel año. Nosotros obserbávamos con distancia, pero con alegría. No participamos en los procesos femeninos que llevaron al derrocamiento de aquella directiva, ni tampoco en la elección de la nueva. Simplemente nos sentamos tranquilamente en las puertas de nuestras casas, a ver pasar el cadáver de nuestras enemigas, expulsadas por sus propias congéneres. Aquello nos llenó no de alegría, sino de risa y de burla. Era satisfactorio para nosotros ver cómo el gobierno femenino se desmoronaba, y aunque elegirían obviamente a otro grupo de mujeres como directiva, podíamos ser espectadores de aquel hecho que significaba que nuestras ideas de principio de año, que nuestro candidato, probablemente hubiese hecho mejor las cosas.
Como lo teníamos claro, las mujeres eligieron otra directiva femenina, y aunque a quien eligieron como presidenta fue a mi propia señora (sí, en aquel tiempo estaba "matrimoniado"), y nos caía bien a casi todos, seguimos en nuestra decisión de no participar con ellas en nada, lo que mantuvimos hasta el último día de clases.
La ex presidenta era mirada con desprecio no sólo por nosotros, sino por todas las demás mujeres, ya que su pésima administración había dejado en claro que habían cometido un error al elegirla  y eso significaba, directa o indirectamente, que las mujeres no servían para cargos como ese, lo que nos daba la razón a nosotros. Eso debió darles duro en su ego feminista, y nos alegramos de ello.
No hubo fiestas aquel fin de año, no hubo paseos, sólo una convivencia a fin de año en donde nos comimos casi todos los completos y nos fuimos.
Aquel año terminó, y aunque ya pasó hace muchos años, se me vino a la memoria en estos días de procesos eleccionarios por el mundo.

REK.